El Menor de la Familia Vegas Sánchez

Por Eduardo Casanova

Muchas veces le oí decir a Rafael Vegas, en las largas y muy variadas conversaciones que sostuvimos durante un largo tiempo que se me hizo demasiado corto, que en una familia grande y bien constituida cada niño tiene un rol, que tiende a ser en definitiva lo que influye en su personalidad y hasta en su papel en la vida, y que el menor de la familia por lo general es el que desarrolla una personalidad más compleja y puede convertirse en líder con más facilidad que el mayor o los mayores.

El mayor, decía, es como un príncipe heredero, cuya autoridad le viene por haber nacido antes que los demás. No ha tenido que luchar por imponerla. En algunos casos esa posición la ocupa el varón mayor, y en otros puede ser también la hermana mayor. Cuando hay más de tres, los intermedios desarrollan varias capacidades hacia arriba y hacia abajo. Se acostumbran a que tienen dos o más personas por encima y una o más por abajo, y con ello se da una especie de posición tan intermedia como su posición en la familia.

Pero el menor (o la menor), que al nacer, además de su padre y su madre ya tiene por encima a varios que se sienten con derecho a gobernarlo, para defenderse se ve obligado a adquirir fuerzas de donde no existen y, por lo tanto, suele verse obligado a ser más agresivo que los demás, para que no se lo coman vivo.

Desde luego, en esa afirmación había una buena dosis de autobiografía inconsciente.

Hijo del médico Luis Vegas Sanabria y de María Sánchez Navarro, Rafael Vegas, nació en Caracas el 4 de diciembre de 1908 y fue el menor de su familia.

Sus hermanos mayores fueron; Luisa Amalia Vegas de Vegas, Martín Vegas, María Teresa Vegas de Rolando, Sofía Vegas de Kerdel, Luis Felipe Vegas y Armando Vegas.

Tenía, pues, por encima a seis jefecitos que se sentían con pleno derecho a gobernarlo casi tanto como los padres de los siete.

De acuerdo con su tesis, era vital que desarrollara una personalidad activa y una gran capacidad de resistencia.

Sin embargo, eso no significó que viera con resquemor o con resentimiento a sus hermanos o que se sintiera agredido por ellos en ningún momento. Con todos, con los seis, siempre mantuvo muy buenas relaciones.

El menor de la familia Vegas Sánchez, Rafael Augusto, nació en una casa ubicada en la calle sur de la antigua placita del Panteón Nacional (en el lado norte vivían los Palacios, Inocente y Antonia).

Allí se había mudado la familia Vegas después de vivir de Truco a Guanábano.

Posteriormente volvieron a mudarse a una casa de Llaguno a Bolero.

Como era frecuente en las familias caraqueñas, sus padrinos de bautizo fueron sus dos hermanos mayores, Luisa Amalia y Martín Vegas.

La Caracas de 1908 era poco más que una aldea, con casas bajas de techos rojos y calles soñolientas que en las madrugadas veían pasar recuas en las que los campesinos llevaban sus productos al mercado.

Apenas pasaba de cien mil habitantes, casi no tenía automóviles y el tranvía era una novedad, tal como lo habían sido poco antes el teléfono y la luz eléctrica y lo serían, tiempo después, la radio y la aviación.

En los días en que nació Rafael Vegas, la población estaba inmersa en el trauma de un cambio de gobierno.

El 24 de noviembre de 1908 el Presidente Cipriano Castro, enfermo de los riñones, partió a bordo del buque francés “Guadaluope”, rumbo a Europa.

El 19 de diciembre, once días después del nacimiento de Rafael Augusto Vegas Sánchez, el general Juan Vicente Gómez desplazó del poder a su compadre Castro.

La excusa fue un telegrama dirigido por Castro a Pedro María Cárdenas, gobernador del Distrito Federal, que decía: “La culebra se mata por la cabeza”.

Parecería que el proceso en realidad venía de atrás: es lógico pensar que Gómez, o por lo menos mucha gente a su alrededor, había venido, si no conspirando, por lo menos soñando con apartar del camino a su compadre y antiguo mentor, que se había ganado la antipatía de demasiada gente en Caracas, en el interior de Venezuela y hasta en el exterior.

Lentamente se había ido armando una plataforma, formada especialmente por tachirenses desplazados que tenían quejas en contra de Castro.

Real o imaginaria la amenaza, cierto o falso el telegrama de Castro, el general Juan Vicente Gómez, compadre, amigo y probable sucesor designado del general Cipriano Castro, apartó del camino a su jefe, compadre y antecesor, aunque con muchas dudas, el 19 de diciembre de 1908.

Seis días antes, cuando el recién nacido niño Vegas apenas empezaba a abrir los ojos, como parte de un proceso claramente hamletiano y en medio de las presiones que lo conminaban a dar aquel gran paso, Gómez prácticamente fue obligado por un grupo de conspiradores a salir al balcón de la Casa Amarilla porque en la plaza el pueblo se había concentrado para auparlo y a repudiar al viajero.

Fue entonces cuando el hombre de La Mulera pronunció el discurso más breve que haya dicho un político en Venezuela.

La parquedad de aquel discurso (“¡Pues cómo le parece a los amigos que el pueblo está callado!, según Pocaterra, o El pueblo está en calma, el pueblo está tranquilo”, según Manuel Caballero), puede haberse debido a las dudas que lo paralizaban, a ese no decidirse a darle el zarpazo a Castro, no solo porque era su amigo y su compadre, su pariente espiritual, sino porque no dejaba de tenerle miedo a la habilidad de aquel que sabía capaz de urdir cualquier trama, y todo podía ser una celada.

“El pueblo está callado”, o “el pueblo está tranquilo”, aun cuando Leopoldo Baptista y Juan Pietri, abuelo de Arturo Uslar Pietri, fungían de Madariagas e incitaban a la muchedumbre de la plaza a manifestar el apoyo que ellos aseguraban tener, bien podría indicar que no veía ese entusiasmo del que le habían hablado los conspiradores.

Los testimonios que hay sobre el momento no son muy de confiar y es algo que no podrá saberse jamás, pero que fue, como dice Manuel Caballero “uno de esos momentos decisivos en los que nadie quiere decidirse”.

Dado el golpe, para facilitar el reconocimiento exterior, la Corte Suprema destituyó a Castro por su implicación en el asesinato del general Antonio Paredes.

Mucha gente creyó que la luz volvía al país, entre ellos Rómulo Gallegos, sus amigos y el gobierno de los Estados Unidos.

Cinco años después, ya cuando Rafael Vegas era un niño despierto que jugueteaba bajo la mirada afectuosa de sus padres y sus hermanos mayores, Gómez sacaría las uñas y se haría dueño del poder absoluto que retendría contra viento y marea hasta el día de su muerte en diciembre de 1935.

Después de la esperanzadora “Alborada”, Juan Vicente Gómez se convertiría en el más feroz de los dictadores hispanoamericanos de su momento, mientras el menor de la familia Vegas Sánchez, luego de entrar a la Escuela El Carmen, regentada por las hermanas Ugueto (María y Lucrecia), terminaba la Primaria en el Anexo de la Escuela Normal de Hombres de Caracas.

También la educación Secundaria la hizo en dos institutos distintos: el Colegio Salesiano, que había sido fundado a fines del siglo XIX, y el Liceo Caracas (fundado como Colegio Federal de Caracas, y que hoy en día es el Liceo Andrés Bello).

Allí, en el Liceo Caracas, tal como muchos de los integrantes de la Generación del 28, recibió clases de Rómulo Gallegos, que en 1922 se convirtió en Director del Liceo, cargo que ocupaba cuando el menor de los Vegas terminó su bachillerato y entró a estudiar medicina en la Universidad Central de Venezuela (1924), cuando apenas tenía dieciséis años de edad.

Así, el menor de la familia Vegas Sánchez se convirtió en el menor de los estudiantes de Medicina en la Universidad Central de Venezuela.