Un jóven muy especial

Por Eduardo Casanova

La vida del niño, adolescente y joven Rafael Augusto Vegas Sánchez, Rafael Vegas, el menor de los siete hermanos Vegas Sánchez, fue muy intensa -probablemente más intensa que las de la mayoría de los jóvenes de su tiempo-, en especial por su lucidez y su don de gentes, inmenso a pesar de su aparente retraimiento, y se desarrolló en tiempos especialmente difíciles para todos los venezolanos, pero muy especialmente para un joven dotado de su inteligencia.

Venezuela era un país atrasado, que apenas sobrevivía de su agricultura y su ganadería, mermadas desde comienzos del siglo XIX por las guerras y el caudillismo que el general Gómez empezaba a vencer en los tiempos en que el adolescente Vegas empezaba a formarse.

La ciudad era poco más que una aldea en la que convivían una clase alta por lo general venida a menos, que solo conservaba el orgullo de ser descendiente de españoles, hidalgos como los Vega o Vegas, y un proletariado que ni siquiera tenía consciencia de ser proletariado.

Poco antes del nacimiento del menor de los Vegas Sánchez la pequeña ciudad -la gran aldea- había sido invadida por los andinos, una gente muy distinta a los orientales o los llaneros o los zulianos o los caraqueños.

Los andinos eran rudos, hablaban con un acento extraño, estiraban las “enes”, silbaban las “eses”, se trataban de “usted” entre ellos, y miraban con desconfianza a los que no se les parecían.

Durante siglos habían tenido más relación con Santa Fe de Bogotá que con Santiago de León de Caracas. Pero a fines del siglo XIX se habían volcado por fin hacia Caracas y de repente se habían convertido en los amos de Venezuela. El cambio se acentuó cuando Juan Vicente Gómez apartó del poder a su compadre Cipriano Castro y se convirtió en el Presidente de Venezuela. Inicialmente se creyó que Gómez era más civilizado y liberal que Castro. Hasta que sacó las uñas. Poco a poco el régimen de Gómez se endurecía.

Durante la adolescencia del joven Rafael ya era una dictadura con todas las de la ley. Había numerosos presos políticos, exilados y perseguidos, y en la casa de los Vegas se comentaba la situación.

En el Liceo Caracas conoció a Rómulo Gallegos, con quien estableció una clara relación de afecto mutuo, y fue condiscípulo y buen amigo de muchos de los que formaron la Generación del 28. Allí haría amistades que durarían toda su vida.

En el preámbulo del libro “Rafael Vegas y la Infancia Abandonada en Venezuela 1938-1950” recopilado por María Abigaíl Salgado (Caracas, 1985), Luis Felipe Urbaneja (“El Fraile” Urbaneja), exministro de Justicia y abogado eminente que fue condiscípulo y amigo de infancia y juventud de Rafael Vegas, escribe (el 1977) lo siguiente: “Tenía Rafael inclinación hacia lo espiritual, un temperamento con algo de religioso.

Cuando comenzamos a estudiar física y química, las contemplaba con una especie de éxtasis. La bobina de Ruhmkorff nos resultaba demasiado complicada para entender su funcionamiento, pero eso no importaba. Él nos la presentaba como un objeto misterioso con propiedades mágicas, y hacía que la contempláramos con respeto casi místico.

El gran catálogo de las fábricas de Saint-Etienne, que guardaba como un tesoro, nos lo mostraba como la biblia: y veíamos en él un mensaje del mundo superior que la Francia representaba para nosotros. Allí había todo lo que podíamos soñar: bicicletas, equipos deportivos, gabinetes de física, utensilios para viajes.

Tenía Rafael un pequeño laboratorio de química. Nos hacía experimentos con la unción con que el sacerdote dice la misa. Ejercía sobre nosotros el ascendente de un apóstol, y se nos presentaba como mensajero de un universo de ciencia, cuyo secreto parecía conocer, y que nos subyugaba sin llegar a comprenderlo.

(…) Rafael era caso aparte. Era como todos nosotros, un estudioso, pero su impulso iba más allá, teniendo desde esa época de primeros años de bachillerato, un sentido como de misión, para la cual el estudio era poco más que un instrumento. Entramos en contacto con Rómulo Gallegos, Director del Liceo Caracas. Gallegos ejerció sobre Rafael una influencia decisiva, orientando en sentido venezolanista la tendencia de Rafael hacia la trascendencia. Rafael veía en Gallegos al hombre ya instalado en una posición desde la cual se contemplan con ánimo independiente y dominador los episodios de la vida que llevaba el país, algunos de los cuales harían historia. Gallegos era un profesor casi maduro que había conservado la frescura y la ingenuidad de los años mozos. No veíamos a Gallegos bajo el prisma de gran novelista, a pesar de que ya para entonces había publicado a ‘Doña Bárbara’ y anteriormente ‘El último Solar’.

Para nosotros no era sino el maestro, el ductor y cuando más el profesor ‘que sabía mucha Filosofía’. Como si la fama de novelista perteneciese a un mundo extraño y que no influía en nuestras relaciones de discípulos a maestro.” (El doctor Urbaneja comete hacia el final del texto un error, pues lo que narra pertenece a los primeros años de la década de 1920 y “Doña Bárbara” se publicó en 1931).

Muchas de esas características las conservaría Rafael Vegas a lo largo de su vida, aunque generalmente morigeradas por la experiencia vital. El joven Rafael Vegas Sánchez, que en la casa de sus padres tenía como escritorio, como lugar de trabajo y estudio, una gran caja de embalaje de automóvil, alta y abierta por un solo lado, frente a la cual se sentaba en un taburete también alto, usaba luz artificial para estudiar, ya sentía una seria atracción por la profesión de educador y se acercaba naturalmente a los niños.

Así lo recuerda la mayor de sus sobrinas, Luisa Elena Vegas, educadora también y mujer de muchísimos méritos, que era apenas nueve años y siete meses menor que el menor de sus tíos. Era tiempos en los que los Vegas “veraneaban” en Los Chorros para alejarse del centro de Caracas, la pequeña ciudad que en medio de su pobreza aún conservaba su aspecto español, quizás andaluz o canario. “Le gustaban mucho los niños y sabía llegarles muy fácilmente”, comentó la sobrina educadora en un “E-mail” dirigido a Francisco Kerdel Vegas, sobrino y científico importante. Esa relación fácil y grata con los niños la conservó hasta el último día de su utilísima vida. Tal como conservaría, hasta que la naturaleza se lo hizo muy difícil, la costumbre de pasear en bicicleta.

Sin haber cumplido aún los dieciséis años entró a la Universidad Central de Venezuela, en donde desarrolló muchas actividades paralelas a los estudios propiamente dichos: fue, entre otras cosas, miembro directivo de la Sociedad de Estudiantes de Medicina y editor del periódico “La Universidad”, órgano de la Federación de Estudiantes de Venezuela que apareció a comienzos de 1927.

En esos días el joven estudiante hizo su única pasantía por el comercio: se dedicó por algún tiempo a importar libros de Francia para venderlos en la Universidad con una pequeña ganancia. Su objetivo era poder ir a Panamá, al Congreso Latinoamericano de Estudiantes, junto con su hermano Armando, Cipriano y Armando Domínguez, César Quintana y José Tomás Jiménez Arráiz. El Congreso fue suspendido, pero el viaje no fue del todo inútil: además de ampliar horizontes y conocer sitios históricos, el joven Vegas pudo leer con avidez las “Memorias de un Venezolano de la Decadencia”, de José Rafael Pocaterra, que acababa de ser editada en Colombia y lo impresionó vivamente.

En sus últimos días, en su apartamento de Caurimare, me habló varias veces del libro de Pocaterra y de la influencia que tuvo en su decisión de sumarse a las protestas estudiantiles del 1928, algo que marcó para siempre el resto de su vida.