Tiempo de Pavor

Por Eduardo Casanova

Rafael Vegas, el improvisado “capitán”, quedó en tierra junto con varios de los derrotados y los cuerpos sin vida de numerosos compañeros de aventura.

Desconcertado, extraviado, pero decidido a sobrevivir y, sobre todo, a no perder su libertad. Había tenido un curioso episodio en el que cuando estaba pecho a tierra disparando contra las fuerzas gubernamentales, una bala enemiga entró por el cañón del arma que utilizaba y la explosión lo hizo perder el sentido, por lo que sus compañeros lo dieron por muerto, pero recuperó la conciencia y siguió adelante sin otra cosa que un susto y un hematoma nada visible ni peligroso.

La batalla había sido infernal, como el calor del ambiente en donde se desarrolló. El general Gómez, sin moverse de Maracay, los derrotó con extrema facilidad. Por algo había colocado a un tachirense de su confianza, el general Emilio Fernández, al frente de la gobernación, con el claro mandato de que esperara a los invasores, cuyo rastro se seguía día a día gracias a la red de espionaje que cubría todo el país y buena parte del mundo civilizado, y los recibiera a plomo limpio.

Se dice que el tirano, con sonrisa socarrona, había comentado que si Fernández mataba a Delgado, él saldría ganando, y si Delgado mataba a Fernández, también. La expedición había fracasado y eran muchos los heridos y los muertos. Y muchos los que se dieron cuenta de que los habían dejado varados, en tierra.

Ido el “Falke”, varios fueron apresados, pero el joven Vegas pudo escapar con Juan Colmenares y los veteranos Doroteo Flores y Francisco Linares Alcántara (Panchito Alcántara). A duras penas lograron llegar a la Península de Araya, en donde buscaron en vano de una embarcación que los llevara a Trinidad.

Vegas y Colmenares, separados de Flores y Alcántara, pasaron por Cumanacoa y San Francisco hasta llegar a Caripe, lugar que Vegas amaría toda su vida. Allí, Antonio y Edmundo Luongo los escondieron en una hacienda llamada “Tres Muertos”. Luego los pasaron a otra finca, “El Perú”, propiedad de la familia Silva.

Pronto el joven Vegas se encontró solo, cuando Colmenares, que estaba emparentado con la familia del general Gómez, fue sacado con éxito hacia el extranjero. A los Luongo y los Silva se agregaron los Simonpietri y los Mezana, y finalmente el joven perseguido fue escondido en “La Rotunda” y “Santa Inés”, dos haciendas con nombres históricos, pertenecientes a Víctor Viso Gil.

Allí pasó como hijo de León Santelli, cultivador de Cacao, que buscaba en las zonas altas alivio por haber sido atacado por el paludismo. Después se haría llamar Augusto Sánchez. Luego de una corta estadía en Teresén, siguió hacia el sur, hasta la hacienda Chacaracual, propiedad del general gomecista Manuel Ledezma, ubicada cerca de Caicara de Maturín. El administrador de la hacienda era Octavio Ledezma, el hijo del dueño, que lo escondió durante algún tiempo, en el que el hasta entonces estudiante de medicina actuó como caporal de la hacienda para disimular su condición de solitario émulo de guerrillero, desarmado, que huía de la persecución gomista. O gomecista.

Vivió en aquellos días muchísimas aventuras, entre las que destaca el haber sido mordido en el muslo por un chigüire, en una laguna, lo que le dejó una fea cicatriz y un susto profundo (creyó que la mordida le había seccionado la arteria femoral y se vio muerto). Allí vio cosas que lo impresionaron de manera imborrable, como una auténtica marabunta, migración masiva de hormigas que van devorando a su paso todo lo que se les atraviesa (y vio cómo los indígenas trazaban con palitos líneas diagonales en el suelo para que las hormigas, cuyo aparato visual convertía los trazos en enormes muros, se desviaran y no pasaran por sus chozas).

También vería serpientes y otros seres admirables, y conocería el miedo mezclado con la más real fascinación ante la naturaleza cruda. Todo aquello lo dejó marcado para el resto de su vida, que se vio amenazada por aquella realidad que tenía, para un joven que hasta entonces sólo había conocido la relativa comodidad de la vida urbana, y que lo más cerca que había estado de la incomodidad era el tiempo escondido en una buhardilla y los días de polizón en un camarote ajeno, mucho de aventura prehistórica. Sin embargo, se sentía a gusto. O se sintió a gusto hasta que algo extraño y amenazante vino a cortar de repente la aventura rupestre: aunque no tenía forma de saberlo, lo había atacado el Mal de Chagas.

El Mal de Chagas es una enfermedad muy grave, endémica en varios territorios de la América del sur, y muy común en las regiones rurales de Venezuela. Es generada por un parásito llamado Trypanosoma cruzi que suele alojarse en un insecto que podría confundirse con una cucaracha aunque es más pequeño y opaco, llamado en Venezuela chipo y en el sur de América vinchuca, y que fue estudiado y clasificado por el científico brasileño Carlos Chagas, por cierto, antes de que se descubriera la enfermedad (1909).

El parásito invade el corazón de sus víctimas y destruye células del órgano, indispensables para que los latidos sean regulares. Vegas la adquirió en sus andanzas de eremita e inerme partisano -no llegó a saber exactamente dónde-, y aunque al principio no tuvo noción de lo que padecía, sus años de estudios médicos le permitieron intuir que algo andaba muy mal en su organismo. Por la arritmia cardíaca sabía que algo andaba mal, y decidió que no podía quedarse más tiempo en el campo.

Corrió el riesgo de regresar a Cumaná en 1930, un año y dos meses después de su huída de lo del “Falke”, en busca de ayuda, ayuda que encontró a manos de un antiguo compañero de universidad: el Doctor Ángel Bustillos (que en 1936, poco después de la muerte de Gómez, recibió una beca y pudo hacer estudios de post-grado en Cuba y en Estados Unidos junto con Pastor Oropeza). Bustillos se había graduado en Caracas en 1930, y de inmediato se instaló en Cumaná para organizar el Hospital de La Cruz Roja y ejercer su profesión.

Sabía de las peripecias del joven Vegas y en combinación con Aníbal Núñez, Octavio Neri y Ricardo Sabino empezó a organizar todo para que su antiguo compañero pudiera salir del país. Con muchas dificultades lograron que el prófugo regresara a Cumaná. Era evidente que su salud no estaba bien, pero Bustillos no pudo dar con el mal que aquejaba a su amigo, y en vez de iniciar formalmente un programa de diagnóstico para proceder a un plan de curación, lo que pasó fue que se aceleró el plan para que el joven Vegas pasara de contrabando a Trinidad, desde donde seguiría viaje hacia Europa.

En un “tres puños” conducido por Che María Velásquez, el enfermo fue a tener a la zona petrolera de la isla que fue española y pasó a ser inglesa poco antes de la Independencia de Venezuela. Junto a Vegas viajaba otro venezolano, Manuel Guzmán, que había combatido con los hombres de Aristeguieta cuando Aristeguieta llegó tarde a Cumaná. Ambos terminaron mal la aventura, arrestados, confundidos con delincuentes comunes, contrabandistas o traficantes de droga y fuertes candidatos a ser deportados a Venezuela. Defendidos por un incompetente abogado de oficio, se presentaron ante un juez de apellido Greenidge, que se dio cuenta de que no se trataba de delincuentes sino de perseguidos políticos y no solamente no aceptó inculparlos sino que los autorizó a quedarse legalmente en la isla y los ayudó con generosidad.

Poco después, alojado en un hotel de ínfima categoría, el joven Vegas se llevó la sorpresa de que su madre había ido a acompañarlo y apoyarlo. Se mudaron a un sitio mejor, María Sánchez de Vegas solamente pudo estar una semana con su hijo, pero lo dejó enrumbado y con algunos recursos, y con la protección del general Doroteo Flores, que se había asentado en Trinidad. Los recursos eran más que suficientes para que en febrero del 31 el recuperado estudiante pudiera regresar a París para continuar con su vida y sus estudios.