Vuelta a la vida

Por Eduardo Casanova

n París, además de reiniciar sus estudios, le diagnosticaron falsamente varias enfermedades tropicales, y hubo hasta un médico que insistió en que debían inocularle malaria, lo que no pasaba de ser un disparate. En 1932 tuvo una nueva crisis más o menos seria. La irregularidad del ritmo cardíaco y lo que le contó el joven enfermo, llevaron al eminente cardiólogo venezolano Bernardo Gómez (que estaba de paso en París, en donde se había especializado en cardiología entre 1927 y 1929) a sospechar, por fin, un posible caso de Mal de Chagas, diagnóstico que fue confirmado con el paso del tiempo.

En el caso de Rafael Vegas la enfermedad, que había sido particularmente severa y hasta atípica, entró en París en lo que se llama “período latente”, que puede durar varios años, y pasó al período crónico (aún hoy mortal a causa de la llamada “cardiopatía chagásica”) veintitantos años después.

En París, además de formalizar su relación con la francesa Simone Falligan, frecuentaba un grupo de venezolanos integrado entre otros por Pedro Castro, Juan Colmenares, Mariano Espino, Manuel Irazábal, Juan Larralde, Juan Oropeza, Antonio Silva Sucre (que fue uno de sus mejores amigos hasta el final de su vida), Cecilio Terife, etcétera. Entre ellos discutían sobre la realidad venezolana, y hablaron de una segunda expedición revolucionaria como la frustrada del “Falke”, que sería comandada por el militar McGill y que en definitiva no se concretó.

Cambiaban informaciones y esperanzas, esperanzas que cada día parecían más lejanas. Consciente de que dentro de su cuerpo había una bomba de tiempo, Rafael Vegas siguió adelante, sin mirar mucho hacia los lados. En un momento dado la enfermedad volvió a recrudecer y entre los venezolanos residentes de París, como Carlos D’Ascoli y el grupo de amigos cercanos, se corrió la voz de que el joven Vegas estaba muy cerca de la muerte.

Bernardo Gómez, otra vez de visita en París, llamó a Caracas y entre ruidos metálicos logró comunicarse con el matrimonio Vegas-Sánchez, que dejó todo en Venezuela y fue, tan rápido como era posible, a acompañar a su hijo menor en Francia. La visita de sus padres fue determinante para que el joven se recuperara, y pronto volvió a la rutina de sus estudios y de su vida.

Siguió adelante con sus estudios de medicina, y en 1934 se trasladó a Cataluña en donde hizo una especialidad en Psiquiatría bajo la dirección del eminente profesor Emilio Mira y López (nacido en Santiago de Cuba en 1896 y muerto en Brasil en 1964, y que un año antes de la llegada de Rafael Vegas había fundado la Cátedra de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona; autor, entre muchas otras obras, del clásico “Los cuatro gigantes del alma”, un “Manual de psiquiatría”, “Doctrinas psicoanalíticas”, etcétera).

Paralelamente a sus estudios de especialización, Vegas fue médico interno de la Clínica Municipal de Urgencia de Barcelona y en el Hospital Psiquiátrico de Sant Boi de Llobregat, institución que ya tenía ochenta años de fundada como Instituto Frenopático. Varias veces hizo viajes de ida y vuelta a París, en donde tenía novia francesa. El doctor Vegas solía recordar muchos de los casos que vio en sus prácticas, como un paciente que se pasaba todo el día sentado en un pasillo o en un corredor sacándose hilos imaginarios de la boca, las narices, los ojos y las orejas, o una que no hacía otra cosa que cantar y contar del uno al siete y de siete a uno, siempre del uno al siete y de siete a uno, convencida de que si dejaba de hacerlo sucedería una gran desgracia, salvo si se trataba del tiempo de comer, que era cuando se podía conversar con ella, o del tiempo de dormir.

Ya en los días de nuestras conversaciones, cuando obviamente había preferido ser educador a seguir como psiquiatra, me confió que no creía mucho en los psicoanalistas: Freud, en su opinión, era más escritor que científico. Un gran escritor, sin duda, pero que se apartó de la medicina útil y se dedicó a buscar aplausos, por lo que se dejó llevar por un afán de decir demasiadas cosas. Su mérito verdadero fue el concitar la atención del mundo hacia la psicología y la psiquiatría, pero sus opiniones no eran sino eso, sus opiniones, muchas veces contaminadas en exceso por sus propias circunstancias.

El excesivo peso que le daba a lo sexual, algo en lo que Vegas no creía en absoluto, se debería al hecho de que Freud era circunciso. Las enfermedades mentales no tenían nada que ver con el sexo, afirmaba: eran tan enfermedades como la tuberculosis, la artritis o la diabetes (muy especialmente), y debían su origen a fallas fisiológicas que debían ser tratadas como tales, no con simples conversaciones, aunque las conversaciones, como la confesión ante un cura, podían ayudar mucho a quienes tenían problemas mentales.

Tengo entendido que el tiempo le ha dado buena parte de la razón. Aun cuando esa confirmación habría llegado demasiado tarde, cuando ya había renunciado por completo a la psiquiatría.

Algo que hoy me impresiona es lo que me dijo a raíz de un grave accidente de mi tío Julio Casanova, que había sufrido fractura doble y hundimiento de cráneo, y luego de un lapso de inconsciencia, al recuperar el habla había cambiado de acento (de tonada, como dicen los argentinos), y hablaba como debía haberlo hecho en su infancia. Cuando se lo comenté me dijo que en el cerebro hay partes que se ocupan de determinadas funciones (habla, audición, visión, etcétera), y que posiblemente a mi tío se le había afectado el centro del habla, pues al desaparecer total o parcialmente una de esas partes por algún accidente como habría sido el caso, no necesariamente quedaba inutilizada la función correspondiente, pues pronto nuevas células se encargarían de esa función, que es lo que hoy, muy recientemente, se ha dado en llamar “plasticidad cerebral”.

Algo que en su tiempo no se conocía o apenas se sospechaba, puesto que se afirmaba que las células cerebrales no se reproducían en absoluto ni podían cambiar sus funciones. En Barcelona se alojó en la casa de su antiguo profesor Rómulo Gallegos y su mujer, Teotiste Arocha Egui, con quienes hizo una gran amistad, tal como Carlos Delgado Chalbaud, hijo del promotor de la frustrada aventura del “Falke”, y, en especial, otro joven médico venezolano integrante también de la Generación del 28 y destinado a convertirse en uno de los más notables humanistas del país: el Doctor Isaac J. Pardo.

Cuando en julio del 36 estalló la Guerra Civil española (ya Gallegos y su esposa habían regresado a Venezuela), Rafael Vegas se había casado por el civil y por la iglesia con Simone, en junio del 36, y llegó a convertirse en el encargado del Hospital.

La situación, que en Cataluña era particularmente complicada, lo obligó a huir precipitadamente el 8 de septiembre (de 1938), hacia Francia, para no verse del todo mezclado en aquella contienda que no respetaba nada. El 10, dos días después, huyó también de aquella Barcelona inundada por la muerte el Doctor Pardo, que debía viajar con su joven esposa y su hijo (y que se disgustó mucho con Vegas, que no quiso esperarlo).

En septiembre de 1938 ya estaba asentado de vuelta en París, y en noviembre recibió su Título de Doctor de la Universidad de París, tras la aprobación de su tesis titulada “Contribution a l’etude de l´Hygiene au Venezuela”, y en diciembre de ese mismo año (1938), cuando el gobierno del general Eleazar López Contreras ya se había consolidado y había devuelto a los venezolanos las libertades conculcadas durante el régimen gomecista, Rafael Vegas volvió a pisar tierra venezolana.

A su llegada al puerto de La Guaira se dio cuenta de que su corazón volvía a manifestar irregularidades, pero la alegría de estar de nuevo en su patria y entre su gente, y sin policías ni esbirros amenazando a quienes querían vivir en libertad, compensaron con creces aquellos malestares.