1945 Un grave retroceso

Por Eduardo Casanova

Muchas de las ideas que en materia de educación desarrolló el doctor Vegas en su paso por el Ministerio del ramo no llegaron a cuajarse, o, mejor dicho, debieron esperar a que tuviera la oportunidad de experimentarlas después de 1950, cuando pudo manejar su propio colegio, que en cierta forma se convirtió en un eficiente laboratorio en el que podía comprobar sus efectos en los niños y jóvenes que se la habían confiado para su formación.

Pero debo aclarar que más de una de las tendencias que se hicieron presentes en el Colegio Santiago de León de Caracas quizá no estaban aún presentes en el pensamiento de Rafael Vegas durante su gestión como Ministro, que él mismo calificó de muy complicada por la falta de tiempo y el exceso de centralismo que ha imperado siempre en Venezuela.

Me decía que todos los días se le hacían demasiado cortos y prácticamente no tenía un momento para reflexionar, ni mucho menos para decidir con calma las muchas cosas que tenía que decidir. Mucho después, y sobre todo luego de dirigir personalmente el Colegio que fundó, empezó a meditar sobre el enorme conjunto de problemas que inciden en la formación de niños y jóvenes y llegó a las conclusiones a las que llegó finalmente, pero ya no estaba en posición de convertir sus ideas en realidades para la totalidad del país, sino apenas de influir, y no demasiado, en las vidas y destinos de sus propios discípulos (entre los que tuve el privilegio de contarme).

Una de las dudas que enfrentó en sus últimos años fue lo relativo a los exámenes, que solían perjudicar a jóvenes sensibles. ¿Era necesario someter a los muchachos al estrés de jugarse en una hora la suerte de sus carreras estudiantiles? Eran demasiados los casos en los que el nerviosismo paralizaba a un joven que dominaba muy bien la materia pero quedaba mal en el momento del examen. Sobre ese tema aún tenía muchas dudas.

Podía ser más sensato, aunque implicara más trabajo para los docentes, un sistema de evaluación continua, sin exámenes parciales ni mucho menos finales. El doctor Vegas, como Ministro de Educación, dio (o quiso dar) un primer paso en la formación de los formadores, para lo que escogió el camino de lo gradual, sin prisa pero sin pausa. Y en cuanto estuvieran verdaderamente educados los educadores emprendería la segunda etapa, en la que quizá pudiera reformar lo atinente a la información y poner el énfasis en la formación.

Porque sí estaba entonces presente en su pensamiento la idea de la educación como teleología, que también viene de Sócrates (y de Platón), tal como la tesis paralela de que la educación debe buscar acertar en el blanco (skopós) porque su fin no es otro que el bien, sobre la base de que el bien es la máxima virtud (areté) a que puede aspirar el ser humano.

Desgraciadamente, la arista mala de la política se atravesó inesperadamente en su camino. Un sector importante de sus propios compañeros de la Generación del 28 estaba inconforme con la realidad política de su momento. Sobre todo la “izquierda” hablaba de la necesidad de una democracia más abierta, que acabara con todos los vicios que se habían heredado de los tiempos de la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Las elecciones que se avecinaban parecían ser una buena oportunidad para acabar con el mito de que solo los tachirenses podían ser buenos gobernantes, y el principal partido de oposición, Acción Democrática, fundado por Rómulo Gallegos y Rómulo Betancourt, había logrado un acuerdo con el candidato oficialista, Diógenes Escalante, tachirense pero no militar, que implicaba que pronto se llegaría a la elección directa, universal y secreta para seleccionar al Presidente de la República.

Pero Diógenes Escalante se enfermó de gravedad y dejó de ser candidato. El propio doctor Vegas, como psiquiatra, diagnosticó una grave enfermedad mental, lo que fue corroborado por una comisión médica organizada al efecto.

De inmediato se formaron grupos que proponían candidatos. Unos plantearon la posibilidad de que el militar merideño Juan de Dios Celis Paredes fuese propuesto. Otros candidatearon a Arturo Uslar Pietri, caraqueño y civil, amigo y compañero de gabinete del doctor Vegas. Y otros, incluso con presencia de personas muy ligadas a Acción Democrática, propusieron la candidatura de Rafael Vegas, algo que no le causó ninguna gracia al propuesto.

Medina Angarita no aceptó ninguna de las ideas. El candidato tenía que ser tachirense, aunque no necesariamente militar. Lo fue el Ministro de Agricultura Ángel Biaggini, civil tachirense poco conocido y con quien no había pacto alguno. El 18 de octubre de 1945 un golpe de estado, que obviamente venía gestándose desde mucho antes del problema de Escalante y fue el que impuso en Venezuela la democracia plena, acabó del todo con los planes de Rafael Vegas.

Las nuevas autoridades educativas, influidas sobre todo por las ideas de Luis Beltrán Prieto Figueroa, prefirieron la cantidad a la calidad y se enfilaron por la vía de la información, dejando atrás la de la formación. Y para colmo, la dictadura que tumbó al maestro, el educador Rómulo Gallegos (que paladinamente, siendo Presidente de la república, reconoció en público los méritos en materia de educación del doctor Vegas), lejos de enmendar el error de los derrocados, lo afianzó.

A la dictadura militar no le convenía un pueblo bien educado. Y por desgracia cuando volvió la democracia, en 1958, no hubo revisión sino ratificación de los errores. A los gobernantes democráticos no les interesó enmendar sus propias equivocaciones y siguieron por la vía errada de la información sin formación, de la cantidad sin calidad. Y por eso el país cayó en manos de los peores en 1999.

Rafael Vegas trató de hacer algo en la buena dirección cuando creó el Colegio Santiago de León de Caracas, en donde, en mis tiempos, se enseñaba música, gimnasia y filosofía fuera de “pensum”, como una manera de formar mejores ciudadanos. También, por desgracia, hasta eso tendió a desparecer cuando, en diciembre de 1973, el doctor Rafael Vegas murió.

Por fortuna no tuvo que ver los horrores que hemos tenido que ver la mayoría de sus discípulos. También a la muerte de Sócrates, ejecutado por una sociedad que no quería ver que iba por mal camino, Atenas y Grecia entraron en decadencia.