Tiempo de temor

Por Eduardo Casanova

El doctor Vegas, en nuestras largas tenidas me contó más de una vez su extraña aventura de 1928 y 1929. A diferencia de Marco Antonio Casanova (“Poncho”, mi padre) y Augusto Márquez Cañizales (“Monseñor” Márquez, esposo de nuestra prima Julia Brandt y padre de Federico Márquez, mi mejor amigo) que no eran universitarios propiamente dichos, sino cursaban en la Central el pre-universitario para entrar a sus respectivas carreras, Rafael Vegas ya tenía un buen tiempo en la Universidad Central de Venezuela cuando los sucesos del Carnaval de 1928.

Un par de años antes (1926), cuando el joven Vegas ya tenía dos años de estudios de medicina, el Doctor Diego Carbonell fue designado Rector de la Universidad. Eran tiempos de apertura dentro de la dictadura del General Juan Vicente Gómez, y el nuevo Rector tomó esa línea, y, entre otras cosas, favoreció el nacimiento (o renacimiento) de la Federación de Estudiantes de Venezuela, que sustituiría a la Asociación General de Estudiantes que había sido clausurada en 1912.

Muchos jóvenes universitarios y varios que acababan de graduarse, sobre todo los que habían estudiado en España cuando la Central estuvo cerrada, creyeron que se podría imitar a los estudiantes madrileños y propiciaron la creación de una revista, como la que publicaban los estudiantes de Madrid (“Residencia”) a partir de enero de 1926. Y también, como los madrileños, decidieron auspiciar actividades culturales, para lo cual contaban con el apoyo del Rector Carbonell.

Rafael Vegas era demasiado joven cuando entró a estudiar medicina. Cuando los sucesos del 28 sólo tenía diecinueve, ya había aprobado los tres primeros años de la carrera y cursaba el cuarto; además de ser directivo de la Sociedad de Estudiantes de Medicina, se había convertido en el editor (director) del periódico “La Universidad”, lo que lo hacía una de las cabezas del movimiento estudiantil, que había hecho de la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV) una referencia importante en su momento.

El primer Presidente de la FEV fue Jacinto Fombona Pachano, y el segundo, Raúl Leoni, que ocupaba el cargo en 1928, cuando, en aplicación de aquello de las actividades culturales, decidieron llevar adelante la “Semana del Estudiante” para recabar fondos destinados a construir “La Casa de Bello”, que además sería como un albergue para estudiantes pobres. A raíz del intento de golpe de estado, o de hacer una Revolución como la que en 1919 intentó el capitán Luis Rafael Pimentel, empezaron en propiedad las desgracias y temores de Rafael Vegas.

En todas sus biografías y sus notas biográficas se afirma que participó en ese intento de golpe militar de abril del 28 y por eso lo buscaron para ponerlo preso. Él, más de una vez, me aseguró que no era cierto, que a quien buscaban era a su primo y homónimo Rafael Vegas León, pero que cuando la policía de Gómez cometía un error no lo enmendaba, porque el preso por error si no era enemigo del gobierno se convertía en enemigo del gobierno desde el momento en que lo encerraban y por lo general lo torturaban sin piedad. De modo que no le quedaba otro remedio que esconderse e intentar por todos los medios irse del país en cuanto pudiera. Que fue lo que hizo.

Lo escondieron en una buhardilla no muy lejos de su casa, y desde su encierro forzado escuchaba noticias, casi todas alarmantes, y la pasaba muy mal. Hasta que un día, con muchas precauciones y entre varios, lo llevaron al puerto de La Guaira en el automóvil de un Ministro del régimen, amigo de la familia. Cuando llegó al puerto, todo estaba combinado. Lo hicieron entrar clandestinamente a un barco que partiría poco después.

Hubo una confusión que estuvo a punto de arruinar todo el plan, pues entró a un camarote equivocado. Por fortuna no fue denunciado por el ocupante del camarote, un señor francés que entendió muy bien lo que ocurría, y el alma le volvió al cuerpo cuando vio que el barco se alejaba de las cosas venezolanas. Viajaba como un auténtico polizón en el camarote de Juan José y Nanny Mendoza, muy amigos de la familia, y la travesía le resultó incomodísima. En Martinica, con la ayuda de los Mendoza, consiguió la visa francesa, luego de que al zarpar había pasado el susto de que el capitán lo había amenazado con entregarlo a las autoridades venezolanas.

Los Mendoza pagaron su pasaje regular y le consiguieron su propio camarote. El resto del viaje se hizo sin incidentes. En junio llegaron a Francia y de inmediato empezó a perfeccionar el francés que había aprendido en bachillerato y en la universidad y se inscribió en La Sorbona, sin imaginar que poco después, por su amistad con Juan Colmenares, Julio McGill y otros jóvenes venezolanos se lanzaría a la aventura más peligrosa de su vida. Con ellos formó una “célula” para luchar contra la dictadura de Gómez y pronto se vieron envueltos en aquella extraña aventura que fue la frustrada invasión de Venezuela a bordo del “Falke”, en 1929.

Aquella aventura nació del exilio de un personaje complicadísimo, el general Román Delgado Chalbaud, que luego de ser valido de la dictadura pasó un largo período en La Rotunda, de donde salió con la apertura de Baptista Galindo (1927), para ir a Francia y organizar un intento de invasión en el que mezcló a viejos políticos y caudillos con jóvenes estudiantes.

Cuando luego de muchas peripecias, el “Falke” zarpó para convertirse en el “General Anzoátegui” e invadir Venezuela por Cumaná, Rafael Vegas se había convertido en el “capitán” Vegas. Un “capitán” improvisado, en muy poco o nada diferente a los “chopo ‘e piedra” que tanto criticaban los estudiantes, y que aparece fotografiado como un joven delgado, muy serio y de muy buena presencia en el viejo barco en el que se había encontrado con José Rafael Pocaterra, el autor del libro que tanto lo impresionó dos años antes. Lo acompañaban otros jóvenes y varios no tan jóvenes.

No era en realidad un tema del que le gustara mucho hablar. Del viaje apenas me contó que un día, mientras la brisa del mar le daba en la cara, tuvo la impresión de que ya había vivido aquello y terminaba en desastre. Como terminó. Era el clásico “déjà vu” que su profesión ha explicado en mil maneras distintas. Pero nada de cómo fue el viaje, cómo dormía, cómo comía, con quiénes hablaba o de qué hablaban. Apenas me contó, y muy por encima, lo ocurrido en Cumaná, en donde aquella aventura anacrónica, en la que se mezclaron viejos caudillos que hasta venían del siglo XIX con jóvenes que se habían iniciado en la política como integrantes de la Generación del 28, terminó en un verdadero desastre.

Un desastre que debía haber sido previsible para todos los que se arriesgaron a perder y casi lo perdieron todo. Él, aunque en lo inmediato no se dio mucha cuenta, a la larga perdió demasiado.