Nuestro mundo de azules boínas

Por Eduardo Casanova

1928 marcó un antes y un después en la vida de los venezolanos, y muy especialmente en la vida del joven Rafael Vegas. Hasta entonces parecía que en el país no iba a pasar nada, como tampoco parecía que pudiera haber un cambio importante en la vida del joven Vegas, que en poco o nada se diferenciaba de la de la gran mayoría de los jóvenes caraqueños.

Pero el carnaval del 28 generó un gran cambio: Había habido una leve apertura política que significó la creación de la Federación de Estudiantes de Venezuela y, sobre todo, la Semana del Estudiante, que se inició, en teoría, como un conjunto de actividades para recaudar fondos destinados al plan cultural de la F.E.V., y fue, en la práctica, una seria expresión volcánica de los universitarios venezolanos en pro de la democracia política y social.

Muchas fueron las manifestaciones de rebeldía y acción pública que se presentaron en aquellas acciones, en las que hubo una clara influencia de la revista “Residencia” de los estudiantes madrileños.

Estudiantes con boínas azules

Jóvito Villalba, margariteño, uno de los mejores oradores venezolanos pronunció un encendido discurso que lo catapultó a la opinión pública. Asimismo habló Rómulo Betancourt, guatireño, destinado a ser uno de los políticos venezolanos más importantes de todos los tiempos. Intervino también como orador Joaquín Gabaldón Márquez, trujillano, hijo del general José Rafael Gabaldón y que después se destacaría no como político sino como historiador. Guillermo Prince Lara, estudiante de medicina y no de derecho como los otros tres rompió una placa que el gobierno había colocado en el Hospital Vargas en memoria de “Juancho” Gómez, el hermano del general Gómez, asesinado en el Palacio de Miraflores en 1923.

La mayoría de ellos venía del interior, y en general se trataba de jóvenes de la incipiente burguesía o clase media alta del país. Prácticamente no hubo entre ellos (o hubo muy pocos) hijos de familias realmente ricas, y mucho menos de familias poderosas políticamente en ese tiempo, aunque se habló de que Vicentico, hijo de Gómez simpatizó con ellos y entre ellos también estuvo un hijo de López Contreras (las excepciones que confirmarían la regla).

También fue parte importante de aquel momento la elección de la “reina” de los estudiantes, Beatriz I (Beatriz Peña, después de Camejo), pues fue designada por votación “universal, directa y secreta,” algo que consideraron simbólico y muy importante. En su “coronación” el poeta y revolucionario tocuyano Pío Tamayo (1898-1935), uno de los primeros marxistas venezolanos, fundador del Partido Comunista Cubano, y que había llegado a Venezuela a fines del 27, lee el poema “Homenaje y Demanda del Indio,” cuyo contenido revolucionario causa alarma entre las autoridades y emoción entre los estudiantes (luego de salir de la prisión del Castillo de Puerto Cabello a causa de lo avanzado de su tuberculosis, Tamayo morirá en Barquisimeto).

La participación del joven Vegas en aquello fue más pasiva que activa. La reacción del gobierno no fue inmediata, pero al producirse fue radical: Tamayo, Prince Lara, Villalba, Betancourt y Gabaldón Márquez son arrestados. Inicialmente los llevan al Cuartel de El Cuño y luego a las mazmorras de La Rotunda, que estaba vacía para su futura demolición.

Y se produce entonces una acción estudiantil inesperada y de corte casi épico: más de doscientos jóvenes, casi todos estudiantes universitarios se entregan voluntariamente a la policía en acto de solidaridad con los que están presos. En la policía dudan, pero finalmente los encierran. Hay un ambiente de amistad y camaradería que siempre recordarán quienes lo vivieron.

Todo aquello tiene algo de gesta, en la que impera un espíritu no muy distante al de la “Resistencia Pasiva” de Gandhi. Muchos saben que están dejando atrás comodidades y hasta que se enfrentan a sus mayores, pero puede más la solidaridad que otras consideraciones.

El gobierno los remite al Castillo de Puerto Cabello. Se produce una huelga general en Caracas. Hay grandes manifestaciones de apoyo y de amistad hacia los doscientos catorce jóvenes. Doscientos catorce de los mejores del país, condenados a un encierro estéril en un acto de barbarie que hasta entonces ningún gobernante había osado perpetrar. La Universidad de los Andes se puso también en pie de guerra y en casi todo el país hubo manifestaciones en favor de los estudiantes.

El general Gómez, padre severo, ordenó que se soltara a los jóvenes a los doce días, y el resultado de la decisión fue que el regreso de los muchachos se convirtió en una demostración de repudio a quienes los hicieron presos. Gómez ordena la libertad de los muchachos y parecería que hasta allí duraría la gesta.

Fue entonces cuando apareció o reapareció la violencia política en forma de cierto retroceso, mediante un hilo directo entre el movimiento estudiantil y la oficialidad del ejército, una oficialidad que era muy reciente, puesto que la Escuela Militar fue decretada por el gobierno de Cipriano Castro el 4 de julio de 1903, pero empezó a funcionar en realidad el 5 de julio de 1910, como parte de la conmemoración del Centenario de la Independencia.

Un grupo de estudiantes se combinó con varios oficiales jóvenes para intentar un golpe de estado que debía producirse el 7 de abril. El alzamiento fracasó cuando el general Eleazar López Contreras logró dominar el Cuartel San Carlos. Varios de los estudiantes comprometidos fueron encerrados en el acto en La Rotunda (de donde no salieron sino al morir Gómez). Otros lograron escapar al cerco policial e ir al exilio, pero sin que sus mentes dejaran Venezuela, porque había que volver para seguir la lucha.

El grueso de los estudiantes que participaron en la breve permanencia en Puerto Cabello vuelve a manifestar su solidaridad con los presos y perseguidos. Circuló entonces un fuerte manifiesto en el que los jóvenes exigían al general Gómez que reconsiderara sus severas medidas de represión, documento que obtuvo como resultado el que unos doscientos jóvenes sean enviados, con grillos y cadenas, a Araira, entre Guatire y Caucagua, a construir una carretera mediante el viejo sistema de trabajos forzados. Luego fueron divididos: La mayoría fue enviada al Castillo de Puerto Cabello, en donde se organizaron cursos, clases y conferencias, orientadas claramente hacia la imposición del sistema democrático.

Un grupo seguiría las ideas y orientaciones democráticas de Rafael Arévalo González y otro las marxistas de Pío Tamayo (la propagación del marxismo y del socialismo fue prohibida mediante Decreto en diciembre de 1928).

Otro grupo, integrado por los que el gobierno considera más peligrosos, fue enviado al primitivo “penal” de Palenque, en plenos Llanos, al sur de El Sombrero y al este de Calabozo. Las instalaciones eran mezquinas: techos que apenas protegían de la lluvia, espacios abiertos que hasta aumentaban el calor infernal y le facilitaban el trabajo a los insectos y los reptiles.

A los muchachos no les habían faltado en el camino las más valientes demostraciones de apoyo y solidaridad que pronto olvidaron ante una realidad terrible que amenazaba con llevarse la salud de todos.

El contingente estaba integrado por Antonio Anzola Carrillo, Eduardo Celis Sauné, Rafael Chirinos, Enrique García Maldonado, Nelson Himiob, Pedro Juliac, Guillermo López Gallegos, José Antonio Marturet, Inocente Palacios, Clemente Parparcén, Ricardo Razetti, Antonio Sánchez Pacheco, Luis Felipe Vegas, Luis Villalba Villalba y Juan Yáñez. Ninguno de los que el gobierno catalogó como de alta peligrosidad se destacaría después en la vida política. Ninguno llegó a figurar como Betancourt, Villalba o Leoni en la política activa.

La crueldad dictatorial se cebó en sus cuerpos y los dañó para siempre. Pero el caso de Rafael Vegas fue grave: fue objeto, por un error, de una seria persecución policial, y terminó aquello por convertirse en su peor pesadilla.