70 Años del Colegio Santiago de León de Caracas

Por: Eduardo Casanova

Hoy, 25 de julio de 2020, día del Apóstol Santiago, cumple 70 años de fundado el Colegio Santiago de León de Caracas, el gran colegio creado por el doctor Rafael Vegas, el más grande educador de Venezuela.

Fue una verdadera proeza. En aquellos tiempos las escuelas y los Colegios públicos eran excelentes; mejores, en general, que casi todos los privados, y eso era en buena parte producto del trabajo de Arturo Uslar Pietri, Gustavo Herrera y Rafael Vegas, que fueron Ministros de Educación durante los gobiernos protodemocráticos de la transición. La acción de los tres cambió la realidad de los institutos educacionales: los públicos se convirtieron en mejores que casi todos los privados (salvo los grandes colegios religiosos).

Fueron tiempos en los que no sólo se construyeron estupendas instalaciones escolares diseñadas por arquitectos competentes como Carlos Raúl Villanueva y edificadas con las mejores técnicas de su momento, sino que se crearon instituciones muy eficientes para formar maestros y profesores, que en general eran empleados por el propio Ministerio de Educación para sus Liceos y colegios públicos.

Tan bueno fue el trabajo realizado en el lapso 1936-1945, que Rómulo Gallegos, educador además de escritor, dijo en un discurso, en el Congreso Nacional: “justicia es reconocer que el régimen político iniciado en el octubre revolucionario encontró en materia de educación nacional buena obra ya en marcha”.

No se refirió, por supuesto, a lo que el doctor Vegas no había logrado alcanzar en materia de Pensum, que buscaba entonces, sin rebajar la información, aumentar notablemente la formación de los niños y jóvenes.

Esa obra no era sólo material, sino que había envuelto todo lo que tenía que ver con la educación, desde la alfabetización hasta la reorientación de las universidades, pasando por la formación de maestros y profesores, la racionalización y unificación de los programas de educación y hasta la organización gremial de los educadores.

Luego del derrocamiento de Medina Angarita el crecimiento de la educación formal fue, en apariencia, impresionante, pero –y así me lo comentó más de una vez Rafael Vegas– se había sacrificado la calidad por la cantidad, y aunque se logró que la educación creciera con el país, o hasta más que el país, el resultado de ese crecimiento no fue tan positivo. Dada esa realidad, visto que la educación pública había dado tal salto, crear un Colegio privado no religioso en aquellos días podría ser percibido como ir a contracorriente.

Nadie podía negar que los Colegios públicos cumplieran su cometido, y los privados que funcionaban realmente bien eran casi todos subsidiados por el Estado. Hasta los llamados “piratas” cumplían una función social –y eso también se lo oí decir más de una vez a Rafael Vegas en algunas de nuestras muchas conversaciones–, pues permitían que los jóvenes que por cualquier razón no rendían en Colegios públicos o religiosos y habían tenido que dejarlos, siguieran adelante en sus estudios, con la posibilidad de que se “enderezaran” en el camino.

El Colegio Santiago de León de Caracas no iba a ser ni religioso, ni público ni pirata. Sería un Colegio laico, diseñado para la excelencia. Para educar cabalmente niños y jóvenes y convertirlos en personas útiles a la sociedad. En ningún caso debía ser un correccional para niños de mala conducta, ni un Colegio más. Debía ser el mejor Colegio de Caracas. Era algo que Vegas venía soñando desde los tiempos en que estudiaba bachillerato en el Liceo Caracas, y aún más cuando regresó a Caracas, durante el gobierno de Eleazar López Contreras.

A su regreso a Caracas había intentado, en sociedad con Elías Toro, fundar un colegio. Alquiló una casa, preparó todo con mucho cuidado, publicó un aviso en la prensa local y se preparó a iniciar lo que sería una escuela ideal.

Pero las autoridades aduaneras le negaron tajantemente la exoneración de derechos de importación para los pupitres y otros equipos especializados, como lo destinados a laboratorios, que no se producían en el país. La exoneración de esos impuestos de importación, que eran muy altos, había sido práctica común cuando la solicitaban los institutos religiosos, pero a esa iniciativa de jóvenes profesionales, seglares, le fue negada sin derecho a apelación, y por esa razón, por la imposibilidad de reunir el dinero que se requería, la iniciativa tuvo que quedarse en sueño.

El sueño regresó y hasta se reforzó cuando en 1945 su sobrina, Luisa Elena Vegas (hija de su hermana mayor, Luisa Amalia, también educadora, y de Pedro Vegas, primo hermano de los Vegas Sánchez), asociada con otra joven educadora, Luisa Serna, fundó el Instituto Politécnico Educacional, un Colegio para niñas que empezó en una casa de familia de regular tamaño, en la parte sur de la Avenida Los Jabillos de La Florida, en la acera oeste. A pesar del afán destructivo y la capacidad para destruir que han demostrado los venezolanos en las últimas décadas, la casa existe todavía, y en la actualidad funciona allí la parte nueva de la Funeraria Vallés.

Cinco años atrás, el doctor Vegas había colaborado con su hermana mayor en la creación de la Escuela de Servicio Social, adscrita al Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, que fue la primera de su género. En esa Escuela, Rafael Vegas se hizo cargo de la cátedra de Psicología. Por cierto, una de las más claras demostraciones del auténtico poder de seducción de Rafael Vegas es la de que a su regreso de Europa haya convencido a su hermana Luisa Amalia, hasta entonces ama de casa, aunque con grandes inquietudes sociales, de que dejara su vida doméstica y se embarcara en la aventura de viajar a Europa a estudiar Servicio Social, lo cual hizo, y por eso pudo crear la Escuela al regresar al país.

Sede Florida
Sede de La Florida

Cuando el Politécnico se mudó a un edificio propio, diseñado por un arquitecto polaco especialista en el tema y construido especialmente para el Instituto, Rafael Vegas heredó el alquiler de la casa para iniciar allí su propio proyecto. En el primer espacio de la fachada de la casa, que da al este, a la que se le puso un aviso bien confeccionado, con el nombre y el escudo del Colegio, en el ala norte, ubicó su oficina, y al frente, en el ala sur, al pasar el “hall” de entrada, dispuso que se ubicara el salón destinado a los diversos talleres de las actividades extra-curriculares que distinguieron al Santiago de León de Caracas desde sus inicios. En el resto del ala norte estaba el pequeño comedor y la cocina, que solamente usaban los niños de primaria.

El doctor Vegas supervisaba con mucha atención la comida que se preparaba y se servía, para que fuera siempre bien balanceada y no dejara nada que desear. Y daban al “hall” de entrada la oficina del Director (distinta a la del doctor Vegas, que actuaba como “asesor”) ubicada en el oeste de la casa, la salita para orientación psicológica que era vecina a la Dirección, la escalera que llevaba al segundo piso, la entrada lateral, que era la que generalmente se usaba tanto por los alumnos como por los profesores. Cerca de la entrada lateral, que se había convertido de hecho en la principal, en la parte exterior sur de la construcción, estaba el baño para el alumnado, y en la parte de atrás de la casa (oeste), con acceso desde el “hall” central, había una escalera que llevaba también al segundo piso, pero sólo a las dos terrazas que se habían modificado para convertirlas en salas de clase.

En el segundo piso, hacia el este, estaban los laboratorios de química, física y biología, que daban al balcón sobre el cual estaba el letrero con el nombre del Colegio. En el patio trasero habían construido dos como galpones, en donde estaban la mayoría de los salones de clase, con paredes de bloque de concreto sin frisar, y sin puertas.

Todo estaba listo. Hoy, al cumplir el colegio 70 años, felicito a las autoridades de la Fundación Rafael Vegas, a las del colegio, a los directivos, profesores, maestros y empleados, y a los alumnos y exalumnos. Es un verdadero día de júbilo, que se celebrará en privado por la pandemia. Venezuela es mucho mejor desde el 25 de julio de 1950.

Fuente: Eduardo Casanova Sucre
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